"EL GENOCIDIO DEL CONGO": LA TRAGEDIA DEL CONGO.
- bloglamina
- 21 mar 2020
- 19 Min. de lectura
Actualizado: 9 may 2020
MIKEL BARANDALLA, IKER BARTOLOMÉ Y GAIZKA GARCÍA
UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO
CIENCIAS POLÍTICAS Y GESTIÓN PÚBLICA Y SOCIOLOGÍA
Imperialismo
El imperialismo es un fenómeno político consistente en la ocupación y explotación de la cuantía de recursos existentes de un territorio ajeno por parte de otro Estado. Se desarrolla principalmente en Europa a lo largo del siglo XIX, y marca una serie de transformaciones en las relaciones internacionales de los diferentes imperios, naciones-estado y colonias que terminará derivando en el estallido de la I Guerra Mundial en 1914.
Resulta imposible comprender el desarrollo de este fenómeno sin entender la importancia que tienen en dicho desarrollo los conceptos de liberalismo, capitalismo y nacionalismo. Los tres, interrelacionados y retroalimentados, confieren la estructura del fenómeno imperialista. Articulan la modernidad y surgen o se normalizan en la etapa de las revoluciones liberales.
La filosofía liberal establece que un Estado es una unidad de poder basada en un conjunto de ciudadanos con los mismos derechos y obligaciones. El pueblo es la nación, la nación es el pueblo. En el siglo XIX y a través del imperialismo, quedó definido qué pueblos tenían derecho a formar un Estado, y qué pueblos no lo tenían.
Es el Estado quien se encarga de transformar a todos los ciudadanos de su territorio en nacionalistas a través de la educación (alfabetización en un idioma común a todos los ciudadanos), el ejército (el servicio militar obligatorio), el ferrocarril y toda una diversa amalgama de instrumentos destinados a la creación de una comunidad política. Todo ello responde a la necesidad de dotar de legitimidad a un conjunto de individuos que ahora son ciudadanos iguales. Se educa a la población para que sea nacionalista, para que su principal obligación como ciudadano sea matar y morir por la patria.
Es innegable que el imperialismo también se desarrolla debido a aspectos económicos, tales como la explotación de los recursos del territorio ocupado o la apertura de nuevas rutas de comercio, pero el mensaje de glorificación de la nación resulta absolutamente clave en la construcción del fenómeno imperialista. Existen otros fenómenos importantes, como la llegada del romanticismo o la teoría del Darwinismo, que dotan al fenómeno nacionalista de un componente racial y de una visión de progreso. Es legítimo dominar a una raza inferior a la nuestra. La raza que, al ser aquella que más ha prosperado históricamente, tiene derecho a gobernar el mundo, es la europea. La raza blanca es superior a las demás y así tiene derecho a conquistar el mundo para trasladar sus virtudes al resto de razas inferiores; civilizar.
Es así como a lo largo del siglo XIX se desarrolla el nacionalismo buscando la vuelta a la gloria de la nación y dando el pistoletazo de salida al imperialismo. El nacionalismo marca además la diferencia existencial entre el primer y segundo imperialismo, al ser incorporado como ideal troncal en la segunda etapa de éste. El imperio se convierte en un instrumento para regresar a la grandeza del pasado. Los ciudadanos se convierten en nacionalistas, liberales, cristianos, masculinos y racialmente superiores, y necesitan el imperio para demostrarlo.
El acontecimiento que marca la línea entre ambas fases del fenómeno imperialista es el Congreso de Berlín, realizado en 1885 y en el que se reúnen representantes de todas las potencias europeas y establecen protocolos de intervención en el gran territorio que quedaba virgen: África. El resto del mundo ya estaba colonizado por las grandes potencias europeas. Mientras que en el continente africano ya abundaban bases comerciales en la costa, el interior era aún un misterio para el hombre blanco. Se habían enviado diferentes expediciones al interior del continente para analizarlo en profundidad, y para las fechas en las que se celebró el Congreso ya se tenía un conocimiento importante del continente y se podía estimar su riqueza. Así, comienza la repartición de un continente que para el estallido la I Guerra Mundial ya estaría enteramente ocupado.
De entre todos los acuerdos alcanzados en el Congreso, podríamos destacar dos. El primero de ellos fue el equilibrio a la hora de hacer la repartición del continente africano entre los dos grandes imperios: Gran Bretaña y Francia. Ambos poseían importantes territorios en los 6 continentes, África incluido, y era necesario que ninguno se llevase una diferencia importante de territorios respecto del otro, ya que ambas potencias tratarían de unificar la cuantía de sus territorios de norte a sur. El segundo de los dos acuerdos alcanzado en Berlín fue la aparición de nuevas potencias con importantes territorios de explotación en África, que actuarían de manera neutra entre los dos grandes imperios, ayudando así a mantener el equilibrio internacional. Por lo que a la cuenca del Congo respecta, se pactó que una inmensa porción de África central (en la que estaba incluido el territorio de Leopoldo) fuese una zona de libre comercio.
La figura de Leopoldo II.
Es en este contexto en el que aparece la figura de Leopoldo II, rey de Bélgica. Leopoldo (1835-1909) nació y murió en Bruselas, fue el segundo rey de los belgas y propietario y fundador del Estado Libre del Congo. En 1853 fue prometido con la archiduquesa María Enriqueta, de la casa Habsburgo. Padre de 3 hijas (Luisa, Estefanía y Clementina) de las que renegó y de otro hijo que falleció a la edad de 9 años debido a una fuerte neumonía, ascendió al trono de Bélgica en 1865, y ya no se bajaría de su altar hasta su muerte en el año 1909, recién perdida su colonia africana. En los últimos años de su vida se emparejaría con una joven francesa en búsqueda de un nuevo hijo varón al que dejarle en herencia todo el imperio que había construido, como veremos en este trabajo, a base de sangre y maquillaje.
A los 20 años ya ostentaba el rango de capitán general del ejército belga. A excepción de la geografía (pareciese una anécdota, pero su pasión por esta cuestión fue un elemento crucial para terminar por dedicarse a la carrera colonial), jamás fue un entregado a los estudios. Sin embargo, desde su juventud comenzó a desarrollar un especial don para tejer una red de personas que aspiraban a ganarse sus favores. Aprendería que el sigilo y el disimulo son armas más valiosas que cientos de soldados.
El país que iba a heredar siempre le pareció pequeño, más aún cuando lo comparaba con la Francia de Napoleón o el Imperio Alemán. Fijó así su mirada más allá de las fronteras, pero esa mirada colonial tan propiamente suya no fue dirigida en un principio hacia el continente africano. Antes de fijar su mirada en dicho continente, visitó Constantinopla, los Balcanes, Egipto... buscando allá donde iba oportunidades imperiales. En 1862 llegó a Sevilla con el único fin de estudiar detenidamente el Archivo General de las Indias, donde quedaba detalladamente reflejada la conquista española de América. Estudió también el libro “Javá, o cómo gestionar una colonia” redactado por J.W.B. Money. Money señalaba la concesión comercial a una compañía privada de la cual el principal accionista era el rey de Holanda. Además, añadía que los incontables beneficios obtenidos dependían del trabajo forzado. Años después Leopoldo pintaría un cuadro muy parecido a éste en el Estado Independiente del Congo. Tras lograr, en el Congreso de Berlín, la aprobación de la asamblea para que ocupara el territorio del Congo.
Leopoldo II llegó excesivamente tarde a la carrera colonial. Intentó sin éxito comprar las islas Fidji, indagó en territorio brasileño y en la isla de Formosa. Incluso llegaría a conseguir prometer a su hermana Carlota con Maximiliano, heredero al trono de los Habsburgo. La pareja heredaría el Imperio de México, pero una potente insurrección de la población local que terminó con el asesinato de Maximiliano hizo perder la cabeza a Carlota, quien acabó encerrada en palacio por orden de su hermano hasta el último día de su vida. En 1875 intentó comprar Filipinas a España. Los fracasos en sus intentos coloniales se sucedían hasta que decidió mirar hacia el continente africano.
A mediados de la década de los 70 únicamente las costas africanas estaban “ocupadas” por el hombre blanco, y a menudo esa ocupación se limitaba a puestos comerciales. Pequeñas islas africanas ya eran propiedad de países como España, Gran Bretaña, Francia o Portugal. Sin embargo, el 80% del territorio africano estaba todavía en posesión de poblaciones indígenas. La mayoría de este territorio estaba siendo descubierto por entonces.
Leopoldo tuvo la astucia de percatarse de que las historias contadas por diferentes exploradores europeos sobre los traficantes de esclavos árabes conmovían profundamente a la sociedad blanca europea. Adoptó así un discurso humanitario que vio realmente necesario para que su pequeño país (especialmente desinteresado por el imperialismo) viera con buenos ojos la aventura colonial que su rey pretendía iniciar. Jamás nombró los objetivos económicos en sus discursos, los cuales iban plagados de mensajes humanitarios.
Leopoldo se reunió con el explorador Cameron, reunión de la cual salió convencido de que su objetivo debía ser esa enorme extensión de territorio que creía constituir la mayor parte de la cuenca del río Congo. En 1876 comenzó a preparar una reunión de la cual sería anfitrión en su propio palacio y en la cual participarían altos cargos de gobierno de diferentes potencias europeas, además de exploradores y geógrafos. Dicha asamblea se celebró finalmente en septiembre del mismo año, reuniendo exploradores famosos, activistas humanitarios, misioneros de la iglesia, militares... Jamás hasta esta cita se habían reunido tantos europeos eminentes en el terreno de la exploración colonial. El discurso de bienvenida de Leopoldo fue una verdadera maravilla, y consiguió para sus planes el sello de aprobación de sus invitados. A continuación, un fragmento del mismo:
“Abrir a la civilización la única parte de nuestro globo donde todavía no se ha penetrado, traspasar la oscuridad que pende sobre pueblos enteros, es, me atrevería a decir, una cruzada digna de este siglo de progreso. Me pareció que Bélgica, un país céntrico y neutral, sería un lugar adecuado para esta reunión. ¿Es necesario decir que, al traerles a Bruselas, no me he guiado por ningún egoísmo? No, señores, Bélgica es, quizá, un país pequeño, pero se siente feliz y satisfecho con su destino; mi única ambición es servirle bien.”
Las tareas pactadas fueron diversas: establecer las rutas que se irían abriendo de camino hacia el interior del continente, instalar bases científicas y de pacificación, luchar contra la trata de esclavos... En su conjunto, una serie de medidas humanitarias que finalmente quedarían en papel mojado. Pero la medida más importante que salió de aquella reunión fue la aprobación de la Asociación Africana Internacional, siendo Leopoldo elegido presidente. Fue un organismo muy bien recibido en Europa, el perfecto maquillaje para las barbaries que posteriormente Leopoldo cometería en el Congo. Los numerosos intentos de comprar una colonia le habían enseñado al rey belga que, si realmente deseaba un territorio, tendría que conquistarlo. Y lo estaba haciendo, cuidando todo lujo de detalles. Ocupar abiertamente un territorio le habría llevado al enfrentamiento con su pueblo y con la mayoría de las potencias europeas. Así convenció con anterioridad a todo el mundo de que sus intereses en el Congo eran meramente altruistas. La Asociación Africana Internacional fue el mejor barniz para el régimen de explotación y exterminio que Leopoldo II pretendía imponer en su colonia.
Ansioso por poner en marcha su obra soñada durante tanto tiempo, ya había encontrado a su capataz: Henry Morton Stanley, un histórico explorador. Lo mandó buscar en su regreso a Europa y le ofreció un puesto en la Asociación Africana Internacional. Stanley, que era británico (pese a presentarse ante el mundo como ciudadano estadounidense), asistía con perplejidad al poco entusiasmo de las autoridades británicas por la conquista de este territorio recién descubierto por él mismo. Gran Bretaña ya poseía colonias por todo el planeta, y no se llegó a plantear la adquisición de un territorio con una geografía tan abrupta, especialmente teniendo en cuenta que su principal ruta comercial estaba bloqueada por unas cataratas enormes. Apenas tardó unos meses en cerrar las condiciones con Stanley para que éste volviera al Congo, esta vez como empleado de Leopoldo II.
Stanley había descubierto ya que la población del territorio no suponía una amenaza militar, ni existía un Estado fuerte que pudiera hacer frente a sus amenazas. Además, la mayoría de los poblados no eran excesivamente grandes; el explorador constató que había más de doscientos grupos étnicos diferentes que hablaban más de 400 dialectos. Con un territorio tan fragmentado, Leopoldo era consciente de que no iba a encontrar impedimentos para la consecución de sus planes.
Era el marfil el principal objetivo económico del rey en este territorio. Con el marfil de los colmillos de los elefantes se fabricaban cuchillos, peines, abanicos, crucifijos, dientes postizos... Era un material especialmente cotizado en el mundo civilizado. Sería a mediados de los 90, con la invención del motor y de los coches, cuando la explotación del caucho comenzó a hacer historia en el Congo.
Así, partiría la expedición en febrero de 1879 rumbo a África a bordo de un poderoso buque. Mientras tanto, Leopoldo compró la totalidad de acciones de la Asociación Africana Internacional y posteriormente la disolvió. Ya no tenía que rendir cuentas a nadie. Tenía la cortina de humo perfecta. Por si esto fuera poco, para enmarañar aún más todo el entramado internacional, Leopoldo creó la Asociación Internacional del Congo, que era en la práctica la misma (utilizaban incluso la misma bandera). “Se ha de procurar que no parezca obvio que la Asociación del Congo y la Asociación Africana son dos cosas diferentes” decía el rey belga.
Sobre el terreno; el genocidio
El primer quinquenio en el Congo ya dio muestras a los lugareños del destino que les aguardaba. Sobre el terreno, el interés principal residía en el marfil. No obstante, la abrupta geografía del extenso territorio hizo que durante estos primeros 5 años fuesen dedicados con exclusividad a crear las infraestructuras necesarias para poder llevar a cabo, en el futuro, una correcta explotación del marfil y unas buenas rutas comerciales para poder transportarlo y obtener unos beneficios millonarios.
Los animales morían por sed e inanición, por lo que la necesidad de porteadores que transportasen infinidad de materias primas (en la mayoría de los casos eran piedras muy pesadas) provocó las primeras explotaciones de la población local. El sistema era sencillo; los hombres de Stanley acudían a una aldea, secuestraban a todas sus mujeres y niños, y obligaban a trabajar a los hombres a cambio de alimento. Éstos trabajaban en régimen de esclavitud, y siguiendo los pasos de los animales, morían por deshidratación o por inanición. Además, no encontró excesivos problemas a la hora de lograr la cesión de terrenos a cambio de ropajes u objetos por parte de los líderes de las tribus indígenas, obteniendo así prácticamente el monopolio comercial en el territorio.
Las sociedades que se extendían por todo el territorio del Congo eran diversas, pero apenas un puñado de ellas suponía una amenaza real para Leopoldo. Desde grandes reinos en la sabana hasta pequeñas tribus que habitaban en la amplia selva. Pese a que la amplia mayoría de las diferentes sociedades eran realmente pacíficas, había también tribus violentas y caníbales y extensas regiones en las que se cortaba el clítoris a la totalidad de las mujeres, además de sociedades que controlaban por completo la natalidad. Leopoldo utilizaría a las tribus más sanguinarias para reprimir a las pacíficas.
El barniz que Leopoldo daba a sus acciones sobre el terreno jugó en estos primeros años de ocupación un papel crucial. El primer paso en esta dirección fue buscar un reconocimiento internacional oficial de las principales potencias a la ocupación de este territorio por parte del rey belga. El 22 de abril de 1884 los Estados Unidos de América eran los primeros en otorgar a Leopoldo este reconocimiento. El discurso que empleó el rey belga para obtener el beneplácito de EEUU no tiene desperdicio:
“El rico y populoso valle del Congo está siendo abierto por una sociedad, denominada Asociación Africana Internacional, cuyo presidente es el rey de los belgas. Los jefes nativos han cedido grandes franjas de territorio a la Asociación, se han construido carreteras, se han colocado en el río barcos de vapor y se ha creado el núcleo de varios Estados bajo una bandera que ofrece libertad de comercio y prohíbe la trata de esclavos. Los objetivos de la sociedad son filantrópicos. No aspira a un control político permanente, sino que busca la neutralidad del valle.”
Francia sería la siguiente potencia imperialista en firmar dicho reconocimiento, haciéndolo tras recibir la promesa de Leopoldo II de que, en caso de vender el territorio, los franceses tendrían preferencia. A continuación, amenazó a Gran Bretaña con esta acción, con lo que los ingleses tampoco se negaron a firmar el reconocimiento. Alemania seguiría sus pasos. Una vez reunió esta cuantía de apoyos internacionales, Leopoldo II disolvió la Asociación y, el 29 de mayo de 1885, bautizó la totalidad de sus territorios como el Estado Independiente del Congo. Por fin, a los 50 años de edad, Leopoldo había hecho realidad su perseguido sueño imperialista.
Una vez ya había creado oficialmente el Estado Independiente del Congo, se centró primeramente en el transporte. En 1887 empieza la construcción del ferrocarril para sortear los 350 km de rápidos y poder explotar mucho más el comercio. Otro aspecto que Leopoldo trató de potenciar fue la burocracia. Un Estado virgen, formado por sociedades nada burocratizadas, necesitaba de ésta burocracia para seguir construyéndose.
Se estableció la capital del nuevo estado en Boma, ciudad que pronto se vería inundada de oficinas de gobierno y lujosas casas de europeos. Se construyó una iglesia católica y un hotel de dos pisos, además de una potente base militar. La administración real del territorio llegaría desde Europa, con un gabinete en la cúspide no superior a media docena de belgas que mantenían un contacto continuo y directo con Leopoldo II. Mientras tanto, la base de la pirámide estaba conformada por hombres blancos al frente de los distritos y puestos fluviales. El sistema de administración estaba profundamente jerarquizado.
El mismo día en el que se proclamó el Estado Independiente del Congo, un decreto real afirmaba que toda la tierra que no estuviera en ese momento ocupada, pasaría a ser del Estado. Así, Leopoldo divide todo el territorio y arrenda parte de sus tierras a compañías privadas de las que es accionista. Gobernaba el territorio como si fuera una enorme empresa, y eliminaba la competencia que podía surgirle en el comercio de marfil.
Era precisamente el marfil el producto estrella que ofrecía el Congo a inicios de los 90. Leopoldo estableció un sistema de comisionistas que consistía básicamente en incentivar a los agentes europeos a comprar el marfil más barato a los africanos, quienes se veían obligados a aceptar precios irrisorios. De hecho, lo que los congoleños recibían a cambio de marfil acostumbraba a no ser dinero (tenían prohibido realizar transacciones de dinero), sino ropa o diversos objetos.
Llegados a este punto, el régimen esclavista era realmente inhumano. El procedimiento era sencillo. Hombres y niños trabajaban de sol a sol bajo las amenazas físicas de la Guardia Real, el ejército militarizado creado por Leopoldo II, a la par que las mujeres eran violadas sistemáticamente. Si se producían motines o un trabajador no empleaba el empeño necesario, la represión era feroz. Dicha represión le tenía guardado un papel principal a la chicotte, un látigo largo realizado a partir de piel de hipopótamo cuyos bordes eran verdaderas cuchillas que cortaban y desgarraban la piel. 100 latigazos con la chicotte aseguraban la muerte del ostigado. Stanislas Lebranc, juez belga ultra católico afincado en el Congo, relataba lo siguiente respecto al famoso látigo:
“El jefe del puesto selecciona a las víctimas. Temblando y ojerosos, yacen con la cara contra el suelo. Dos de sus compañeros, a veces cuatro, los sujetan por pies y manos y les quitan los calzones de algodón. Cada vez que el torturador levanta la chicotte, aparece un trazo rojo en la piel de las lastimosas víctimas que, por más firmemente que se las sujete, jadean en medio de tremendas contorsiones. A los primeros golpes, las desafortunadas víctimas lanzan gritos horribles que pronto se convierten en débiles quejidos. Algunos oficiales-yo he sido testigo de ello-exigen con un refinamiento diabólico al que ha sufrido el castigo que, tras ponerse en pie jadeando, haga con gracia el saludo militar.”
Se trata de una violencia cruel pero la cual merece la pena analizar en profundidad. Para empezar, el miedo era necesario para la creación de un régimen de esclavitud con vistas a la obtención de un rédito económico. Era necesario no sólo explotar los recursos naturales y humanos de la colonia, sino también asegurar la derrota física y moral de dichos recursos humanos. Garantizar a los indígenas que ése iba a ser su destino y no podían hacer nada por cambiarlo, que la única salida que les quedaba era hacer su trabajo lo mejor posible para no ser fustigados. Además, la cuestión racial formó parte importante de la justificación de la violencia, un fenómeno propio del imperialismo como hemos explicado en la primera parte de este trabajo. Otro aspecto francamente interesante de analizar es la forma en que ejercían la violencia sobre la población. Los oficiales de la Force Publique, hombres blancos todos ellos, dejaban que fueran los propios compañeros de los fustigados quienes sujetaran y golpearan a la víctima. Se trataba de un estrategia psicológica, de una huída de la violencia por parte de los represores que luego emplearían los nazis en los campos de concentración.
Pero existía también otro tipo de violencia, una violencia en la retaguardia, en las catacumbas. Era la violencia ejercida sobre los niños y las mujeres que se quedaban en los poblados mientras los hombres trabajaban. Las violaciones eran comunes, y con frecuencia diaria el mínimo acto de desobediencia era castigado por la Force Publique con el corte de una mano o un pie de cualquier sujeto. De hecho, muchas de estas amputaciones se hacían simplemente porque los trabajadores no llegaban a la exigencia establecida por el hombre blanco. La amputación de manos era una práctica común y una medida deliberada que formaba parte del sistema de recolección de caucho. A los soldados de la Force Publique se les exigía que presentaran una mano de cada persona que mataban, para después contar las balas que faltaban y comprobar que no se había malgastado munición. A menudo, los soldados mataban animales para comer y luego cortaban la mano de personas vivas. Existía la figura del “guardamanos”, al que se le entregaban todas las manos de la comarca.
Los motines, aunque débiles debido a la tremenda diferencia armamentística entre explotadores y explotados, existieron. Diferentes grupos étnicos se fueron sublevando. Los yakas se mantuvieron en guerra durante más de 10 años hasta ser sometidos en 1906. Los chowke no dejaron de combatir durante 20 largos años y los boa y los budja se unieron, superando los 5000 hombres en batalla y protagonizando una guerra de guerrillas en la selva. En Katanga, en el extremo meridional, una sublevación fue reprimida dejando 178 cadáveres. Tuvo especial transcendencia la sublevación de Nzunsu en la ruta comercial en la que 50000 hombres al año en 1890 realizaban trabajos forzados. A finales de 1893 se dio muerte al agente belga Eúgene Rommel y se incendiaron dos puestos militares próximos, pero no se atacó a los misioneros blancos que no habían puesto jamás una mano encima de un negro. Paralizaron por completo la ruta crucial que llegaba al lago Stanley. Tras 5 intensos años de lucha, no se tiene información sobre el destino de Nzunsu.
Pero el gran motín no llegó hasta 1897, en el nordeste del Estado. Más de 3000 soldados y otros tantos porteadores lucharon durante 3 años a lo largo de unos 950 km de sabana. Diferentes grupos étnicos unidos, la mayoría de los rebeldes acabaron cruzando la frontera hacia Ruanda y Burundi.
Frente a estos motines, las instituciones del Estado decidieron unirse a unos u otros pueblos dependiendo de la necesidad del momento. Si había un motín de una tribu, se aliaban a una tribu rival y los combatían en conjunto. La táctica de divide y vencerás. Este sistema de alianzas mudables y la superior potencia de fuego hizo a la Force Publique lograr vencer en los diferentes conflictos y motines que fueron sucediendo.
Pese a no haber triunfado ninguno (era imposible que esto sucediera), no fueron simples motines de soldados enfadados. Querían formar un Estado independiente y libre del hombre blanco. Sembraron los precedentes de la guerra anticolonial que sacudió África central a partir de 1960.
La obsesión del rey belga por aumentar la fuerza de su ejército era tal, que llegó a formar 3 colonias de niños (Leopoldville, Doma y el alto Congo) para producir soldados. Para nutrir a la Force Publique en el futuro. Asesinaban a sus familias para vender el discurso internacionalmente de acoger niños huérfanos. Las cadenas, la chicotte y los motines estaban a la orden del día. La tasa de mortalidad llegaba a alcanzar el 50 % en algunas fases.
Durante la última década del siglo XIX se inventa el coche. La empresa Dunlop comienza a fabricar neumáticos para Europa y EEUU. El caucho se convierte en un material cotizadísimo en el comercio internacional, debido a que se produce un auge mundial espectacular de dicho material. Neumáticos, tubos, mangueras, juntas de goma, cables de teléfono y de telégrafo…
Un Leopoldo aún endeudado vio en el caucho el negocio de su vida y para finales de los 90 ya se había convertido en la principal fuente de ingresos del Estado Independiente del Congo. Las cartas enviadas por el rey durante estos años recuerdan inevitablemente a un consejo de administración de una empresa que posee un producto recién inventado y desea explotarlo al máximo antes de que otras empresas comiencen también a producirlo.
Copió el sistema de explotación del marfil para el caucho. Las empresas cobraban dependiendo de la cantidad de material entregado. El caucho de las empresas concesionarias dejaba a Leopoldo aproximadamente el 50% de los beneficios, pero las tierras estatales dejaban un beneficio impresionante. El coste era 0 (trabajos forzados en su explotación y su transporte) y los beneficios obtenidos millones. Entre 1890 y 1904 se calcula que las ganancias obtenidas con este material se multiplican por 96. El Congo se convierte así en la colonia más rentable de África.
Los recolectores de caucho se adentraban en la selva (eran carne de cañón de distintos animales salvajes) durante al menos 24 días mensuales para poder alcanzar el cupo mensual exigido. Su desesperación por no sufrir ni hacer sufrir a sus vecinos la feroz represión de la Force Publique era tal que dedicaban días a desenterrar raíces para obtener el material.
El transporte desde la selva hasta los puntos de recogida se realizaba con porteadores. Una vez entregada la savia, se le daba forma y se secaba al sol para ser posteriormente trasladada hasta Amberes en barcos de vapor.
Un oficial de la Force Publique declaraba que cuando los poblados no llegaban a la cantidad de caucho exigido, cien cabezas cortadas solucionaban el problema. “Mi objetivo es, en definitiva, humanitario. Maté a 100 personas, pero aquello permitió vivir a otras quinientas” decía el protagonista. A continuación inserto un testimonio de Tswambe, ciudadano congoleño, acerca de un funcionario estatal llamado Léon Fiévez:
“Todos los negros veían a aquel hombre como el Diablo del Ecuador. Había que cortar las manos de todos los cuerpos muertos en combate. Quería ver el número de manos cortadas por cada uno de los soldados, que debían llevárselas en cestas. El poblado que se negaba a proporcionar caucho solía ser arrasado por entero. Siendo joven vi a Molili, un soldado (de Fiévez) que vigilaba un pueblo de Boyeka, traer una gran red, meter en ella a diez nativos detenidos, atar unas grandes piedras a la red y ordenar que la arrojaran al río. La causa de aquellos tormentos era el caucho; ésa es la razón de que no queramos ni oír su nombre. Los soldados obligaban a los jóvenes a violar a sus propias madres y hermanas.”
En 1894, un misionero sueco recogía el siguiente canto congoleño:
“Estamos cansados de vivir bajo esta tiranía, no podemos soportar que se lleven a nuestras mujeres y niños para ser vendidos por los salvajes blancos. Debemos guerrear… Sabemos que moriremos, pero queremos morir. Queremos morir.”
El ferrocarril amplió brutalmente el poder y la riqueza del Estado. Transportaba 20 veces más rápido los aproximadamente 5 millones de kg anuales de caucho. Leopoldville se convirtió en el puerto fluvial más concurrido de África central. Cada mes llegaba un barco lleno de caucho y marfil a Amberes. Resultó ser un relativo éxito de la ingeniería pero un gran desastre humanitario: Accidentes, clima, disentería, malaria, viruela, chicotte y mala alimentación provocaron, según las cifras oficiales, la muerte de 132 blancos y 1800 no blancos (fuentes no oficiales dicen que 1800 fallecieron únicamente en los primeros dos años).
No podemos, a día de hoy, determinar una cifra exacta de la cuantía de fallecidos por la explotación del territorio del Congo por parte de los hombres de Leopoldo II. El Estado Independiente del Congo existió oficialmente durante 23 años, pero muchas de sus prácticas continuaron después de 1909. Ha existido cierto debate histórico a la hora de considerar lo acontecido en el Estado Independiente del Congo como un genocidio o no. Si nos atenemos al concepto de genocidio nazi, debemos diferenciarlo de éste en su raíz. Mientras los nazis lo llevaron a cabo en nombre del sujeto raza, en esta ocasión fue un mero aspecto económico. Es innegable que la visión de la raza negra como una raza menor a la que se le podía tratar de forma esclavista jugó un papel importante, pero la raíz de la explotación fue simple y llanamente económica.
Asesinatos, hambrunas, enfermedades y secuestros que provocaron una bajada considerable de la natalidad. Casement calculó que la población descendió un 60 % durante este régimen. Por su parte, el conjunto de historiadores especializados en el Congo sostienen que es más conveniente manejar datos en porcentaje y no en cifras absolutas. Una comisión organizada por el gobierno belga en 1919 dictaminó que en la totalidad del régimen de Leopoldo II la población local se había reducido en la mitad. Esta conclusión coincide con la del considerado mejor etnógrafo de la cuenca del Congo; Jan Vangina.
El primer censo realizado en el Congo llegó en 1924 y dio como resultado un país de 10 millones de habitantes. Si seguimos la teoría de la comisión organizada por el gobierno belga y del señor Vangina, podemos cifrar en torno a 10 millones de personas víctimas del régimen de esclavitud ideado por Leopoldo II.
En cuanto a las ganancias obtenidas por Leopoldo II en su colonia, están calculadas (hay que coger siempre estos datos con pinzas debido a que no existen fuentes que puedan corroborar dichos datos con exactitud) en decenas de millones de francos, a costa de uno de los episodios más negros de la historia belga.
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